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Los manatíes quedan atrapados en la corriente fluvial desde que en los años 50 se construyeron las presas de Diama, en Senegal, y Manantali, en Mali. Estos animales se movían libremente por el río hasta llegar al océano. Con el levantamiento de presas, los manatíes quedan aislados y se quedan en praderas acuáticas donde pueden pastar. Estos hogares fijos se transforman en trampas mortales porque son zonas con poca profundidad y con la llegada del verano, aparece la sequía, el nivel del agua baja y los manatíes quedan atrapados. El pasado año, una veintena de estos mamíferos quedaron atrapados en afluentes del río Senegal.
La contaminación del agua que provoca el hombre con basura industrial y casera, así como los cambios de clima, le afectan gravemente. Son totalmente herbívoros, consumen las partes vivas de una gran variedad de plantas acuáticas sumergidas, flotantes y emergidas, particularmente pastos marinos. Si los ríos y lagunas se contaminan, dejan de crecer las plantas que come el manatí. Además, la suciedad impide que la luz del sol llegue hasta el fondo, por lo que el agua se vuelve fría, y el manatí sólo puede vivir en agua tibia.
Uno de sus mayores enemigos es el ser humano, quien durante años lo ha cazado para utilizar su carne, grasa, piel y huesos en su alimentación. Los manatíes también son buscados y atrapados por creencias mágico-religiosas que consideran que sus huesos son amuletos que traen buena suerte. Además de la cacería, enfrentan peligros adicionales como las redes de pescadores donde se enredan y perecen por falta de oxígeno.
Beatriz Martín
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