
Para ganar la matarón, Khalid Kamal Yaseen corrió contra el reloj y contra el pronóstico. El sol se ocultaba entre las nubes y el asfalto se encontraba húmedo y resbaladizo. En una carrera lenta, los kenitas dominaron desde principio a fin, pero no fueron más que náufragos dispuestos a morir en la orilla.
Después del kilómetro treinta Yassen subió el ritmo y dejó atrás a los africanos. Quedaban más diez kilómetros en solitario. Tarea casi imposible de afrontar cuando por detrás vienen cuatro hombres que realizan marcas inferiores a dos horas quince minutos. Yassen lo sabía y se dejó las fuerzas en abrir distancias para convertir a los africanos en los adalides de una causa perdida.
En la Casa de Campo, la persecución se llenó de esperanza. Yassen, vomitando por el esfuerzo, bajaba el ritmo mientras que los keniatas seguían recortando distancias.
El desenlace fue el esperado para el asiático. Con más esfuerzo y tensión de lo esperado, llegó a la meta con un minuto y cuarenta y cinco segundos por delante de Kirwa Kosgei, que llegó exhausto por el esfuerzo de la persecución, mirando al reloj y frunciendo el ceño, como si supiera que estuvo a punto de alcanzar la orilla y coger el oro.
David González
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